Miércoles Criminal: La muerte se le metió debajo de la cama
Cristian Antonio Cooz
El grito fue desgarrador. Las latas de zinc del rancho sonaron con su ruido característico como cuando algo chocaba contra ellas, y la mujer de rostro desencajado y mortalmente pálido continuó chillando bajo la luz fría de la luna llena.
Quienes la escucharon en aquellas invasiones del extremo sur de Valencia, estado Carabobo, sintieron escalofríos. Muchos pensaron que se trataba de la “llorona” o de otro espanto en pena que había desatado su terror en aquellos lares. Nadie salió de sus ranchos, pero la voz de mujer seguía llamando y gritando por ayuda con voz rayana en lo sobrenatural.
A punta de las 5:00 de la mañana, todo quedó en calma. El miedo y la curiosidad en dosis equilibradas no dejaron pegar un ojo a nadie en aquella comunidad. Los vecinos se estrujaban las manos y daban vueltas en sus camas esperando la salida del sol para, con su protección, salir a ver qué era lo que había pasado la noche anterior.
Cuando rayaba el día domingo, los vecinos fueron saliendo “graneaditos” y se asomaron a los alrededores del rancho aislado por un terreno enmontado de donde supuestamente habían provenido los escalofriantes aullidos.
Sentada en una piedra, vieron a la ojerosa, desgreñada y andrajosa mujer, quien lloraba con los codos apoyados en las rodillas y con la cara hundida entre las huesudas manos. Muchos la reconocieron. Se trataba de Anastasia, la esposa de Astroberto y dueña del rancho.
La muerte se lo llevó
Cuando Anastasia vio acercarse a los vecinos, levantó la cara. Tenía los ojos cuarteados, rojos, como si hubiera pasado la noche llorando. Su delgado cuerpo temblaba, al igual que su quebrada voz. Les dijo a los vecinos que dentro del rancho, en el camastro, estaba Astroberto, bien muerto. Antes silenciosa, ahora la mujer relataba con pasión lo que según ella había sucedido esa lúgubre noche.
Contó que cuando eran como las 12:00 de la noche, ella había escuchado unos ruidos extraños en la habitación. Estaba durmiendo en otro camastro situado en el mismo cuartucho, porque Astroberto había llegado borracho y no quería compartir su lecho. Primero pensó que eran ronquidos de su beodo marido, pero luego, al acostumbrar los ojos a la oscuridad… ¡vio la cosa más espantosa de su vida!
Una hoja metálica atravesó desde abajo el jergón, la delgada colchoneta y el pecho de Astroberto. Éste apenas si pudo gritar. El chorro de sangre salió disparado hacia el techo y lo inundó todo. Paralizada, Anastasia contó que eso no fue todo. Luego vio salir de debajo de la cama una mano esquelética chorreada de rojo. Pese a estar en peligro, ella no pudo moverse. Así que vio la sombra emergiendo completa y marcharse rompiendo el candado de la puerta con un estruendo espantoso. No sabía por qué no la había matado a ella, pero al recuperar su movilidad, fue cuando salió a la polvorienta calle y gritó por ayuda. Eso era lo que habían escuchado los atemorizados vecinos.
Un enorme cuchillo “Bowie”
A los pocos minutos, comisiones del Cicpc ya estaban en el sitio. Los agentes para casos especiales, Carlos Salinas y Mario Pinto, fueron informados de los pormenores, y para ellos, esto fue un verdadero “banquete analítico”. El caso daba todos los signos de sobrenatural, pero en cada detalle estaba escondida la lógica, como pepitas de oro en la roca tosca de una mina.
Al principio, con el equipo forense, inspeccionaron el cadáver en el camastro. Se determinó que la cuchilla que lo había atravesado era de grandes dimensiones. La hoja tendría unas 12 pulgadas, es decir, 30,48 centímetros. Y esa enormidad no era común ni siquiera en las carnicerías de la zona.
La filosa arma le había atravesado entre el segundo y quinto espacio intercostal, partiendo costillas y destrozando corazón y pulmones. Fue tal el grado de desangramiento, que quien estuviera debajo del camastro habría sido “bañado” literalmente con la sangre de su víctima.
En cuanto a la mujer superviviente, fue remitida al psiquiatra de la agencia. Sobre ella, el psiquiatra dijo: “miente descaradamente. Es inteligente, quiso manipular con su ‘dolor’, no tiene metas, le encanta vivir parasitariamente, ha tenido graves problemas conductuales desde su juventud, tiene la versatilidad de una actriz de Hollywood, se ha contradicho decenas de veces en dos sesiones y de paso, los ojos rojos no eran de tanto llorar… había consumido grandes cantidades de cocaína, como lo arroja el estudio médico. Esa mujer no está loca ni vio visiones. Esa mujer es una psicópata”.
Aunado a esa información, los agentes especiales descubrieron que la víctima tenía múltiples antecedentes por robo a mano armada, hurto y homicidio. Casualmente, el último delito cometido con el que se le relacionó fue el hurto de objetos de una quinta ubicada en la exclusiva zona de Altos de Guataparo. Entre los objetos robados ahí, había copias de una colección de pared de los legendarios cuchillos “Bowie”.
Estos cuchillos son famosos por haber sido usados por un tal Jim Bowie, mercenario norteamericano quien en 1836 se batió a cuchilladas con las tropas mexicanas del general Santana cuando, junto a otros gringos tejanos, entregó su vida defendiendo “El Álamo”. Al parecer, el cuchillo asesino era “como el de Bowie”.
Estos dos detalles de la investigación le estaban dando claridad al crimen que, a priori, acusaba a alguien como el mismísimo Freddy Krueger o la muerte en persona. Pero resulta que estos dos sospechosos eran inocentes, por lo menos esta vez.
Sin impunidad
Tejiendo los hechos, los investigadores consiguieron pruebas suficientes que implicaban a Anastasia en el atroz crimen. Ella tenía un amante, que era el mismo que había ayudado a su compadre Astroberto a robar los cuchillos y las otras cosas en la mansión mencionada hacía apenas un mes.
Luego, como las joyas obtenidas y los objetos de valor daban un monto realmente alto, la mente psicópata del “comemuslos” y de Anastasia ideó deshacerse del estorboso borracho, pues si éste seguía vendiendo los objetos de valor en todo el barrio a precios irrisorios para comprar licor, la policía iba a descubrirlos.
Anastasia y su amante sabían que si mataban a Astroberto, todos sabrían que fueron ellos y que aunque podían taparles delitos de los cuales hasta se beneficiaban, no le taparían un asesinato que no les traería nada bueno.
Así fue que la pareja adúltera se inventó el cuento de la muerte saliendo de debajo de la cama. Aunque parezca increíble y contradictorio, ésa sí que se la comieron los vecinos, muy dados a la superstición. El amante se metió debajo del camastro antes de que llegara Astroberto borracho y Anastasia se acostó aparte, esperando la hora en que la muerte debajo de la cama se llevara a su marido.
Anastasia y su amante pensaron que la policía no se daría a la tarea de investigar tan elaborado y desquiciado plan. No contaban conque para los agentes para casos especiales del Cicpc no existía la impunidad, aunque el crimen lo cometiera un rey o un lacayo. Más aun, que eran unos fanáticos para resolver los casos difíciles y fantásticos ideados por las mentes criminales. Caso resuelto.
Quienes la escucharon en aquellas invasiones del extremo sur de Valencia, estado Carabobo, sintieron escalofríos. Muchos pensaron que se trataba de la “llorona” o de otro espanto en pena que había desatado su terror en aquellos lares. Nadie salió de sus ranchos, pero la voz de mujer seguía llamando y gritando por ayuda con voz rayana en lo sobrenatural.
A punta de las 5:00 de la mañana, todo quedó en calma. El miedo y la curiosidad en dosis equilibradas no dejaron pegar un ojo a nadie en aquella comunidad. Los vecinos se estrujaban las manos y daban vueltas en sus camas esperando la salida del sol para, con su protección, salir a ver qué era lo que había pasado la noche anterior.
Cuando rayaba el día domingo, los vecinos fueron saliendo “graneaditos” y se asomaron a los alrededores del rancho aislado por un terreno enmontado de donde supuestamente habían provenido los escalofriantes aullidos.
Sentada en una piedra, vieron a la ojerosa, desgreñada y andrajosa mujer, quien lloraba con los codos apoyados en las rodillas y con la cara hundida entre las huesudas manos. Muchos la reconocieron. Se trataba de Anastasia, la esposa de Astroberto y dueña del rancho.
La muerte se lo llevó
Cuando Anastasia vio acercarse a los vecinos, levantó la cara. Tenía los ojos cuarteados, rojos, como si hubiera pasado la noche llorando. Su delgado cuerpo temblaba, al igual que su quebrada voz. Les dijo a los vecinos que dentro del rancho, en el camastro, estaba Astroberto, bien muerto. Antes silenciosa, ahora la mujer relataba con pasión lo que según ella había sucedido esa lúgubre noche.
Contó que cuando eran como las 12:00 de la noche, ella había escuchado unos ruidos extraños en la habitación. Estaba durmiendo en otro camastro situado en el mismo cuartucho, porque Astroberto había llegado borracho y no quería compartir su lecho. Primero pensó que eran ronquidos de su beodo marido, pero luego, al acostumbrar los ojos a la oscuridad… ¡vio la cosa más espantosa de su vida!
Una hoja metálica atravesó desde abajo el jergón, la delgada colchoneta y el pecho de Astroberto. Éste apenas si pudo gritar. El chorro de sangre salió disparado hacia el techo y lo inundó todo. Paralizada, Anastasia contó que eso no fue todo. Luego vio salir de debajo de la cama una mano esquelética chorreada de rojo. Pese a estar en peligro, ella no pudo moverse. Así que vio la sombra emergiendo completa y marcharse rompiendo el candado de la puerta con un estruendo espantoso. No sabía por qué no la había matado a ella, pero al recuperar su movilidad, fue cuando salió a la polvorienta calle y gritó por ayuda. Eso era lo que habían escuchado los atemorizados vecinos.
Un enorme cuchillo “Bowie”
A los pocos minutos, comisiones del Cicpc ya estaban en el sitio. Los agentes para casos especiales, Carlos Salinas y Mario Pinto, fueron informados de los pormenores, y para ellos, esto fue un verdadero “banquete analítico”. El caso daba todos los signos de sobrenatural, pero en cada detalle estaba escondida la lógica, como pepitas de oro en la roca tosca de una mina.
Al principio, con el equipo forense, inspeccionaron el cadáver en el camastro. Se determinó que la cuchilla que lo había atravesado era de grandes dimensiones. La hoja tendría unas 12 pulgadas, es decir, 30,48 centímetros. Y esa enormidad no era común ni siquiera en las carnicerías de la zona.
La filosa arma le había atravesado entre el segundo y quinto espacio intercostal, partiendo costillas y destrozando corazón y pulmones. Fue tal el grado de desangramiento, que quien estuviera debajo del camastro habría sido “bañado” literalmente con la sangre de su víctima.
En cuanto a la mujer superviviente, fue remitida al psiquiatra de la agencia. Sobre ella, el psiquiatra dijo: “miente descaradamente. Es inteligente, quiso manipular con su ‘dolor’, no tiene metas, le encanta vivir parasitariamente, ha tenido graves problemas conductuales desde su juventud, tiene la versatilidad de una actriz de Hollywood, se ha contradicho decenas de veces en dos sesiones y de paso, los ojos rojos no eran de tanto llorar… había consumido grandes cantidades de cocaína, como lo arroja el estudio médico. Esa mujer no está loca ni vio visiones. Esa mujer es una psicópata”.
Aunado a esa información, los agentes especiales descubrieron que la víctima tenía múltiples antecedentes por robo a mano armada, hurto y homicidio. Casualmente, el último delito cometido con el que se le relacionó fue el hurto de objetos de una quinta ubicada en la exclusiva zona de Altos de Guataparo. Entre los objetos robados ahí, había copias de una colección de pared de los legendarios cuchillos “Bowie”.
Estos cuchillos son famosos por haber sido usados por un tal Jim Bowie, mercenario norteamericano quien en 1836 se batió a cuchilladas con las tropas mexicanas del general Santana cuando, junto a otros gringos tejanos, entregó su vida defendiendo “El Álamo”. Al parecer, el cuchillo asesino era “como el de Bowie”.
Estos dos detalles de la investigación le estaban dando claridad al crimen que, a priori, acusaba a alguien como el mismísimo Freddy Krueger o la muerte en persona. Pero resulta que estos dos sospechosos eran inocentes, por lo menos esta vez.
Sin impunidad
Tejiendo los hechos, los investigadores consiguieron pruebas suficientes que implicaban a Anastasia en el atroz crimen. Ella tenía un amante, que era el mismo que había ayudado a su compadre Astroberto a robar los cuchillos y las otras cosas en la mansión mencionada hacía apenas un mes.
Luego, como las joyas obtenidas y los objetos de valor daban un monto realmente alto, la mente psicópata del “comemuslos” y de Anastasia ideó deshacerse del estorboso borracho, pues si éste seguía vendiendo los objetos de valor en todo el barrio a precios irrisorios para comprar licor, la policía iba a descubrirlos.
Anastasia y su amante sabían que si mataban a Astroberto, todos sabrían que fueron ellos y que aunque podían taparles delitos de los cuales hasta se beneficiaban, no le taparían un asesinato que no les traería nada bueno.
Así fue que la pareja adúltera se inventó el cuento de la muerte saliendo de debajo de la cama. Aunque parezca increíble y contradictorio, ésa sí que se la comieron los vecinos, muy dados a la superstición. El amante se metió debajo del camastro antes de que llegara Astroberto borracho y Anastasia se acostó aparte, esperando la hora en que la muerte debajo de la cama se llevara a su marido.
Anastasia y su amante pensaron que la policía no se daría a la tarea de investigar tan elaborado y desquiciado plan. No contaban conque para los agentes para casos especiales del Cicpc no existía la impunidad, aunque el crimen lo cometiera un rey o un lacayo. Más aun, que eran unos fanáticos para resolver los casos difíciles y fantásticos ideados por las mentes criminales. Caso resuelto.
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